No alcanzo el punto de sublimación.
El intento más aguerrido no basta contra el embotamiento del sentir.
Jamás, pienso, habrá logro alguno.
Las frases no ocurren, vuelan de mí, alejándose como si yo fuera el verdugo que las apaga.
En verdad, tal vez lo soy. Apago cualquier brillo incipiente en la palabra.
Y ya no hay más luz, ni calor. ¿Alegría? no. Desconocida.
Una lucha constante, pero ningún ganador. No yo, no el silencio.
En los dos, un punto medio de calma: el sueño.