Con el corazón mostrando una grieta en su centro abro los ojos para contemplar la soledad aterciopelada de la noche.
El silencio del mundo, la maravilla de su tranquilidad.
En un segundo mi alma comienza a levitar, primero de manera involuntario luego comienzo a darle órdenes.
Y floto, en la prisión de mi cuarto, atravesando paredes, observando el espacio, infinito, sobrecogedor.
Me da miedo perderme en la distancia. Miedo de observar desde muy lejos la vida cotidiana, y no ser más parte de ella.
Experimento un terrible escalofrío y subo un poco más, perdiendo de vista el movimiento de las hojas iluminadas débilmente.
Si cierro los ojos, logro aislarme por un instante del vértigo que me causa estar tan lejos de mí, de los otros. De tí, más que nada.
Mi mente pierde el sentido de ubicación, ¿estoy en el aire o en mi recámara soñando? ¿por qué los sueños parecen ser más intensos que la realidad? y si ahora estoy despierto, ¿cómo se siente el amor en esta vida? ¿tiene que doler como en la otra?
El viento no me trae respuestas, sólo los murmullos de todas las almas a la deriva.
Inmutablemente el viento insiste en dirigirme a todos lados, como en ausencia del tiempo, mientras el corazón se me agota.