[…] en múltiples ocasiones intento escribir “la grande obra”, pero por motivos casi sin relevancia, abandono la redacción después de algunos cuantos párrafos o, más comúnmente, tan sólo cambio de tema para darme cuenta al final que alguno de esos párrafos no planeados son en realidad la continuación de lo que venía escribiendo una semana antes, o más raro aún, que son una especie de plano escrito para lo que habría de emprender el próximo mes y que ni siquiera me daría cuenta sino pasado un año desde que comenzaré a escribirlo. ¿Suena raro no?
No todo lo que se escribe es cierto, no todo lo que imaginamos es real, aunque en verdad tenemos la fantasía de que todos los sueños se vuelven realidad. Será porque nuestro cerebro se rebela contra nosotros mientras dormimos, mientras urde un plan para arrebatarnos definitivamente la conciencia. Pero que, casi en todo momento, el mundo material, tangible y enrevesado en que nos desenvolvemos vigila como en toque de queda que se guarde la compostura en toda situación.
Así resulta la escritura, siempre es un intento, un paso hacia la realidad, un medio, no es un fin en sí, siempre es una herramienta o una causa acaso – cuántas revoluciones no han iniciado por motivo de unas palabras, cuántas vidas han sido cegadas, o por lo menos tocadas de modo irreversible, de una manera en que siendo humanos nos convertimos en humo, en piedras o en aire (en viento algunas veces, cuando arremetemos de modo indiscriminado mientras liberamos la ira), en cualquier cosa menos en carne y razón y conciencia y sed.
Tratando de explicar el motivo por el que escribo, sigo escribiendo, y es de este modo en que me resulta imposible ser objetivo buscando una razón para lo que hago. Será que las cosas que hacemos comúnmente para sobrevivir no tienen explicación porque no la requieren, y no hay una acerca de ellas. La naturaleza limita el espacio para la explicación a fin de dejar más lugar para la practicidad.
Entonces, no tengo explicación. No me inspiro como lo hacen algunos para ejecutar la obra. Para mí es natural. De la misma manera, cosas que para mí están más allá de mi capacidad – como cocinar, leer sobre ingeniería de software, mandar caritas en el messenger – son sumamente fáciles para otros. Por supuesto, todos (en buena salud) caminamos, pero no todos obtenemos el oro en las olimpiadas. De igual forma, escribir es un medio, son pocos los que lo convierten en arte. Para mí es necesidad, resulta una forma de drenar las cosas que ahogan mi alma.
No sé cómo catalogar lo que escribo, pues aunque para mí son todos distintos, hay algo que resulta invariable: yo. No podría ser de otra forma. Pues todo lleva mi personalidad, creo yo. Nuevamente creo, pues mi perspectiva no puede ser objetiva.