Cuando tropiezo con el silencio, lo comparto.
Hasta el silencio arroja información, a veces de desprecio, otras de irrefrenable sentimiento que no se puede decir, porque alguien más nos detiene. Pero la mayoría de las veces duele, porque el silencio es, por extensión, carencia, y la carencia nos inquieta.
En música el silencio es parte de la melodía. La pausa es fundamental en la vida, porque ayuda a crear el ritmo que nos mueve. Pero el alma es siempre constancia, la pausa nos desconcierta, y cuando ésta se prolonga nos llega una terrible sensación de abandono. Nos provoca un vértigo que no se controla con la risa, que no se aleja con las pláticas sin sentido, que nos constriñe siempre esperando que renunciemos a nuestras metas, nos empuja siempre al vacío, a la condena a que nos sometió aquel nombre premonitorio.
A veces el silencio es una hoja en blanco. No siempre es oscuridad y desesperanza. Es también libertad para moldear una nueva realidad.
Pero tengo la sensación de que el silencio es desaparición, puesto que no puedo pensar en silencio. Tal vez de modo inaudible – esto es la mayoría de las veces -, pero mi cabeza está siempre llena de ideas alternas, no llena de voces, la única voz que reconozco y sigo es la mía. Sólo abro la puerta en ocasiones a alguien, pero igualmente puedo cerrarla en cualquier momento, como respuesta al silencio al que se me obliga.
Al final, estoy siempre en alerta, aunque parezca ausente he enseñado a mi ser a estar consciente de mi entorno, a reconocer las voces que se esconden tras el silencio, a mostrarme estoico aunque las fuerzas se me desborden del alma, a callar mi respuesta aunque conozca de sobra tu pregunta. Me vuelvo persona de extremos, aun cuando pueda comprender la sutileza de una mirada aunque los labios callen. Pero debo sujetarme a las condiciones que me marca la vida. Igualmente me gusta romper con todo, excepto mis propias decisiones.
Sí, cuando tropiezo con el silencio, sólo lo observo y lo comparto. Luego avanzo.