…deseando envenenarnos el alma para olvidarnos de la vida

Cada día enfrento la realidad de perder a alguien.

Perder para siempre o perder en vida y quedarme  con ese dolor de saber que está tan solo lejos de ti. Olvidándote. Suprimiendo tu recuerdo y desmoronando tu existencia. Hasta volverse un montón de piedras.

¿Por qué no hablé más contigo aunque no fueras capaz de oírme ni comprender lo que decía? ¿Por qué actué de modo tan distante cuando estabas a un lado mío?

¿Por qué no jugamos más y no saltamos y rompimos el mundo como locos?

¿Y por qué dejé que el mundo te consumiera, sumiéndome en la desesperanza?

La primera vez que observé el cambio supe que algo andaba mal. Presentí la muerte rondándonos. Acechando con su implacable ira. Y en las órbitas huecas de sus ojos, observé una mirada con una oscuridad espantosa, deseando envenenarnos el alma para olvidarnos de la vida.

Y sucumbimos a su designio. A veces olvidando que caíamos siempre un paso más abajo. Aflorando nuestros huesos sobre la piel. Y anclándonos al suelo para comenzar a fundirnos con la tierra.

Tus ojos fueron siempre el mundo de respuestas que no podías hablar. Tu energía incontrolable y a veces destructora eran en verdad parte de esa sensación de bienestar que traías  a las vidas de todos. Tú eras uno de los escasos vínculos que sostenían nuestra unidad casi por completo desgastada.

Y luego de sostenerte en brazos como un ser ya indefenso e irreversiblemente lastimado. Sabía que no sería como antes, al soltarte no correrías ya por todos lados. No había a donde ir.

En tu última noche no estuve allí. Desaparecí ahogado por el vicio que tantas veces he afirmado dejaré. Consumido por las ansias de alejarme de todo problema y no pensar en nada. Aislándome nuevamente para que no duela más la soledad.

Y cuando despierto, solo veo tus últimos estertores y tu lastimero último aliento. Y sentí dolor. También sentí paz porque durante varias semanas estuvimos obligándote a aferrarte a una vida que ya no era placentera para ti. No lo sería para mí.

Me sentí culpable de haber desperdiciado el tiempo. Siempre lo hago.

Parece ser una imposibilidad existencial acercarme y dejar que el amor y el cariño fluyan libremente, para dar un respiro a mi oscura existencia.

Y respirar con tranquilidad el último aliento que nos quede antes de perdernos nuevamente en el suelo de nuestras vidas.

A continuación:

La máquina del tiempo

La máquina del tiempo