“Digo la verdad al 50%”, “dos terceras partes son verdad”, “es la verdad, pero no toda la verdad”.
Cuesta más mentir que decir la verdad. Pero es cierto que a veces no decimos toda la verdad. En ocasiones porque pensamos que nos afectaría decir absolutamente todo. Otras, porque consideramos que decir cada detalle de lo que ya se dijo, y cuyo significado es claro, sería algo enfermizo. Cierto que no somos todos como algunos esperarían. Nuestra mente maximiza esas ideas, las recompone, las vuelve más monstruosas. Se trata de llenar el vacío de los detalles con historias verdaderamente completas, aunque los detalles sean en realidad pequeños y no venga al caso comentarlos.
Pero la verdad siempre es apreciada. Lo que para nosotros podría carecer de importancia, para otros es fundamental conocerlo. Esto, no porque se quieran recrear en los detalles de cosas comunes, cosas que escuchamos o vemos muy a menudo, sino que se intenta conocer mediante esos detalles la forma en que nosotros nos comportamos en la vida, cómo respondemos a la adversidad, a la tentación o incluso si actuamos con malicia.
“¿Qué es la verdad?” Es una pregunta muy conocida, un pasaje bíblico donde se denota el deseo inherente del hombre de conocer con exactitud lo que sucede con algo o con alguien.
La parte más difícil de la verdad es – tal vez en conjunto el esfuerzo que supone a veces decir esa verdad – que los demás la crean.