Como he dicho, nada malo hay con pensar en ti.
A veces te olvido.
Cierto es que tu recuerdo se hace más errático conforme avanzan los meses. Los años.
Y el papel de tu vida en mis sueños va de una necesidad impostergable, a un deseo controlado.
La ausencia nos mata, nos inunda con bellas fantasías que el tiempo va disolviendo.
Nos enfrenta diariamente a la realidad de que permanecemos solos – un día más solo. Mientras te mantienes allá, lejos, en tu profundo silencio.
La vida me enseña a aceptar las pérdidas y a decir adiós.
Alguna vez tiene que ocurrir.
– Pensaré en la última rosa que puse ante ti, cuando vi que era hora de partir –
No demorar una hora más. No pensar en la fantasía del regreso.
Solo el ahora es válido, pues no sé si mi siguiente palabra me dejará aun con vida.
Imagino que puedo esbozar una sonrisa contigo – hacerlo nuevamente.
O tal vez solo pueda mostrar una mirada indiferente.
Tal vez ya no signifiques más que los extraños para mí.
Sí, tengo risas ahogadas. Muchas tristezas han eclipsado la energía de mis labios.
Tantos arranques derivados de mi forma de responder a la vida, con un sí o no, inmutables para siempre.
Algunas veces, sin que pueda decir adiós, al menos.
Imaginaré que paulatinamente tu rostro desaparece, hasta quedar como un hueco en el aire.
Libre, totalmente, mi vida de tu recuerdo.
Y otras veces, con un hueco siempre, con una herida que no termina de sanar.
El deseo de un beso, el dolor de caricias imposibles, debilitan nuestra alma.
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