En realidad, siempre están dormidos. Sueñan trabajar, dormir. Nunca despiertan, no conocen la conciencia.
El durmiente no escucha las palabras del mundo. Se ha vuelto sordo a los gritos. Las protestas sólo provienen de sí mismo, de su fantasía ambiental. Su mundo es su sueño. Pero a pesar de todos los rechazos y difamaciones, el durmiente es el fundamento de la realidad. ¿Qué es la realidad si no la materialización del sueño? El sueño, tal como la materia y la energía, son diferentes manifestaciones del mismo ente, es uno mismo con la realidad.
La conciencia es el desdoblamiento de las fantasías. La conciencia aspira a crear. Los sueños son los verdaderos creadores. No es casual la expresión “lo consultaré con la almohada” cuando un asunto importante demanda nuestra atención y acertada respuesta. Tal vez, es porque el sueño revitaliza los sentidos. El ser mismo se agudiza una vez se ha alimentado del ocio creativo y fulgurante de los sueños. Pero, tomemos en cuenta el factor fantasía.
La fantasía es todo aquello que aún no hemos visto. Existe, en algún lugar, no sabemos dónde, pero existe. El universo es el todo absoluto. Nuestros rostros están reflejados en todos los espejos del espacio, y cada estrella posiblemente sea una respuesta a las preguntas que planteamos a diario a Dios. Es así que la fantasía es un vislumbre del futuro y, por qué no, el recuerdo de nuestro instintivo pasado.
Basta contemplar a los niños para quienes todo es posible. Nadie es incapaz de volar desde lo alto del librero de la sala. Los superhéroes lo hacen. Todos somos héroes. La vida misma es ya la prueba de la fortaleza, de la valentía, que las piedras no poseen.
Continuamente aparecemos en lugares no previstos. Obra de la casualidad. Obra de la concatenación de absurdos que vuelven real la fantasía. Pero ante todo, obra de nuestro subconsciente. El irrefrenable anhelo de ser inmortales y omnipotentes nos acerca a dioses, a dioses falaces, pero tan corruptores como cualquier ídolo. Es entonces cuando nos volvemos ojo del mal, lengua que lame los instintos. Depósito de engaños y de vanas realidades.
¿Es posible afirmar que algunos de los sueños nos dicten un poema o una novela? No. Nadie nos dicta las sensaciones, esto son los poemas, esto es la escritura, la verbalización de las emociones. Aun frías, las emociones arden en la letra. Las musas no pertenecen al campo de la realidad. Son como cualquier sueño volátil del todo. Y como tales, son fantasías, poemas en sí.
Si existe alguien que nos dicte la palabra, está entonces adulterada. La poesía se escribe a sí misma ¿Cómo? Se vale de las manos de aquellas que tienen los oídos finos para oír el ruido que genera el vuelo de las imágenes. Solamente los que escuchan el movimiento pueden dar forma al instante.
Sin embargo, hay impostores. Hay aquellos que practican la poesía. Inenmendable error. Una vez corrompida, la poesía se deslustra totalmente y es confundida con la opacidad del sueño. No se la distingue de las reverberaciones del mundo material. Cada vez pierde un brillo. Se extingue la luz que la identifica. Es, de hecho, luz en su estado activo. Se vuelve ruido. Ya no es el melodioso ritmo de los versos. Es la desastrosa sucesión de estallidos esquizofrénicos.
Es, por lo tanto, necesario dar una definición de la poesía. Cualquier concepto es asíntota a la poesía. Jamás nada define la realidad, pues esta es el escondite del fantasioso proceder del mundo. Mas ahora, es necesario identificar el blanco. Más bien, la flecha, la mano aquella que se vale de la irrealidad para acoplar el mundo a nuestro modo. La poesía es una flecha, un arco tenso en mano de un abismo impenetrable. Reticente definición, que no hace otra cosa mas que dejarnos en el mismo punto.
Ya se ha hablado de la inefabilidad de la poesía. Los versos que leemos, que vimos en el pasado de nuestras hojas, son el despojo de las conquistas efectuadas contra la materia. Tiempo, fuerzas, a cambio de poemas, fuerzas. Pero el tiempo es irreducible, mas sí elongable en el acto poético, el éxtasis poético. Ese instante que perdura en el espacio es el catalizador de las palabras.
Hemos visto, muy seguramente, personas con lápices en las orejas. No son poetas. Las poetas no existen, son producto de la fantasía. El poeta es la poesía. Las personas que se tildan de poetas, son atisbos de la realidad mayor. Están al servicio de los sentidos y, como tales, son esclavos. Ese es su verdadero título.
El poeta ya no andará por las calles pregonando su dicha. El poeta es, de hecho, los remansos de agua que se oscurecen en las orillas de los lagos.