Siento algo de temor por cumplir más años. Por presentir que la vida da un giro inesperado cada fecha que solemos festejar.
Acaso deseamos un nuevo comienzo, una expiación de nuestros actos, un poco de olvido para nuestros errores.
Volvemos a leer frases inesperadas – jamás en verdad esperadas – deseando lo mejor para la vida. Con el deseo de continuar durante mucho tiempo aquí.
Y con un reducido conjunto de palabras respondo para decir que estoy consciente, sigo aquí, y su recuerdo no se ha ido al olvido – aunque lo parezca por mi silencio (ahora el mío, ¿o acaso siempre el mío?) incesante, radical.
Reproduzco tu imagen en mi memoria.
Tus últimas palabras en persona. Las primeras, y todas esas frases que fácilmente se grababan en mi mente, y podía repetir una y otra vez sin variaciones.
Tus últimas palabras ya lejana. Ausente y vertiginosa, haciendo espacio en el vacío ya existente. Declarando un adiós doloroso, incomprensible, que tal vez dure para siempre.
Un intento por amar. Un susurro que se esfumó en un instante, que parecía perpetuo.
Y luego el dolor. Tan agudo, tan constante.
Irrefrenable.