Bullicio

El bullicio se nota en todas partes. Continuamente se detonan las conflagraciones verbales en las que ya nadie se agrupa para lidiar. Cada vez son más grandes las ansias por ganar tales batallas, pero la técnica y el razonamiento social se han ido desterrando de este antiguo arte guerrero de la palabra.

Nadie comprende al otro. Es tanto una lucha contra el semejante, como con el ser más interno y más difícil: nuestro ser primitivo. En este ser en cuya génesis rítmica reside el anhelo de liberarse del entorno que lo cerca y someter al semejante está la respuesta a esa avalancha de cuestionamientos que tantos sociólogos se hacen: ¿por qué el hombre se agrupa en sociedades para procurar el bien común? ¿Por qué el zoon politikon hace de la vida tribal una realidad imperceptible desde dentro? ¿Por qué lucha para ganar, no otra cosa, sino la vergüenza de los otros?

Sencillamente el hombre se conecta consigo mismo. Está en el grupo no porque guste de la vida familiar, sino porque el mismo anhelo egoísta y la ingénita fuerza interna lo mueven a utilizar a su congénere para lograr sus fines – End justifies the means. Mas por encima del deseo avaricioso de lograr despojar a los demás, está nuestra honda raíz instintiva, sin descartar la constitución material y las leyes básicas – de estas, la más aplicable es la entropía – que regulan nuestra existencia.

El desorden, el caos, el bullicio se hace presente ahora más fuerte que antes. Siempre ha existido como toda ley que se precie de serlo, pero ahora se ha exacerbado por razones conceptuales. Puede que resulte raro decir que una ley física se vea afectada por hechos intangibles, pero como es sabido, la materia y la energía son dos manifestaciones de un mismo fenómeno indómito e inefable, y que todo se aleja del silencio. De modo que estos entes puramente ideales que generan el bullicio tienen la facultad de modelas su entorno físico en una especie de sublimación poética; pasando directamente de un estado mental al material sin tener que pasar por el velo del lenguaje.

Sin fecha.
C. 2003
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