[El viejo y el mar] Ernest Hemingway
Yo también estuve salao para la pesca.
Y aunque ese era el plan, en realidad ni tenía la paciencia suficiente para esperar incluso por horas, ni los peces abundaban a esa hora del día, mucho menos el sol era piadoso sobre nuestras espaldas.
No hubo peces.
Pero la arena invitaba a correr, casi hasta el punto de vomitar los pulmones del cuerpo que ya no respondía a tanta agitación.
Unos raspones más, unos menos.
Una vez en el agua, siempre al cuidado de que no apareciera el cocodrilo devora hombres del que alguien hablaba, mientras el otro lo negaba con sorpresa por tan elaborada fantasía.
Un niño corría de manera muy graciosa sobre la ardiente arena gritando, mientras buscaba el agua. Una vez allí se dispuso a entrenar arduamente como lo hacían su papá y sus hermanos.
La mayoría temiendo irse a lo más profundo del río, con temor de que las fuerzas no les alcanzaran para burlar la corriente del río que se hacía más fuerte hacia la tarde.
Ya camaronizado como menciona mi madre, salimos del agua rumbo a la casa. Caminando a duras penas sobre las rocas del río. No creo que exista cosa más difícil que caminar descalzo sobre esas rocas.
Con los pulmones ya repuestos del abuso, la piel ardiente y con más ánimo para emprender caminatas largas, salgo rumbo a mi casa. Mientras contemplo algunos raspones que hacía días no tenía.