Tan brillante como una explosión nuclear. Carente de sentido igual que ella también. Causante de olvido, removedor de recuerdos.
Sutilmente tomas la consciencia, obligando a arremeter contra todos. Incesante, nos haces vagar por la mañana esquivando las personas. Como en un río, tratando de salir a la rivera de las banquetas. Observando las luces públicas que comienzas a apagarse. Mientras la gente nos mira con asombro y con desinterés a la vez. Somos una adición a las costumbres.
Soy parte del resplandor cuando derramo la taza de café, cuando cruzo entre multitudes sin saber adónde me dirijo. Cuando duermo en ausencia de sueños, o tal vez lucho en pesadillas, que al descender ya no recuerdo.
Me reflejo en el rostro desconcertado de mi madre, en las palabras que salieron de mí por inercia. Cuando mis ojos buscan el camino, mezclo el presente con lo irreal de hacía unas horas. Y mi lecho es un asiento de automóvil, donde el espejo ha sido cubierto para esconder la desgracia. Y la desgracia nos persigue en la casa, en la plataforma, en la carretera, en aquel parque en que los dulces nos mantuvieron durante unos minutos, ocupados.