Veo a través de la ventana y siento el encierro. Me encuentro confinado a un mundo que he llegado a destestar. Uno que se ha llevado muchas cosas de mí. Probablemente se lleve todo en algún momento.
Y me haga contemplarle mientras aleja todo significado de mí. Toda esperanza.
Quisiera no despertar y encontrarme con el mismo mundo de ayer, pero también a los sueños les he perdido la ilusión. Me encuentro en continuo estado de alerta, porque parece que la soledad me acecha. Porque en algún momento tenía que solicitar la revancha. Lo hace ahora.
Me sumo en la confusión, no comprendo las mínimas frases que dirigen nuestras emociones en todo momento. Y la incertidumbre me desespera, me asfixia el no saber. No saber de mí, no saber de ti. El no saber, cuando antes me sentía capaz de descubrir todas las palabras filtrando el silencio.
Incluso al escribir debo esforzarme por imaginar un pedazo de realidad que constituya mi mundo. Las palabras solo describían emociones, cada una escrita en un punto justo para provocar una vibración al leerla.
No logro reconstruirme en palabras, pienso que el silencio sí parece existir, en forma de vacío, de modo tal que va oscureciendo la imagen de nosotros mismos. Vamos borrándonos, primero convirtiéndonos en una sombra, luego el aire termina por llevársela perdiéndose en el infinito mundo de partículas en que nos hemos transformado.