Caminar

Shall I walk, or shall I ride?
“Ride,” Pleasure said. “Walk,” Joy replied.
-W.H. Davies

Caminar aporta alegría. Con cada paso se va alejando la tristeza, las preocupaciones, hasta el dolor va menguando. Caminar es como liberar las toxinas que envenenan el alma. Por supuesto, también tiene beneficios físicos. La mente se despeja.

Las noticias que nos dan y que a veces no podríamos haber imaginado desde nuestro punto de vista – cuando la objetividad se ve comprometida – se van asimilando paulatinamente mientras caminamos.

No pude tener otra reacción a eso. Y nuevamente veo que el tratar de llevar un comportamiento demasiado estricto en ocasiones trae problemas, a veces irreversibles. No es saludable separar por completo nuestras relaciones como si fueran islotes en medio del océano. El trabajo, el esparcimiento, los amigos, la familia, son parte de la vida y se mezclan siempre. En algún momento hay un punto de intersección y si tratamos de romperlo se vulnera la estabilidad de todo el tejido.

Aun cuando a algunos les parezca extraño, pues están acostumbrados a ir de un modo casi maquinal a las diversiones comunes, a los bares, a los antros en fin de semana, o porque eso es toda lo que la vida ofrece para ellos, para mí es diferente. Me han dicho radical en más de una ocasión, y es cierto, en algunos casos yo prefiero llamarle disciplina, pero otros responderán que eso es solo terquedad. Pero esta es la vida que funciona para mí, a menos que se me enseñara otra, pero es difícil que suceda.

La observación del tiempo

Horas y horas de pasividad. Como si me detuviera en medio del tiempo a ver como avanza, revoloteando como un torbellino y levantando cosas a su paso, mientras otras desaparecen en su turbulencia o son arrojadas aquí y allá, algunas ya deshechas.

Tiempo de contemplación, de espera, de paciencia exacerbada.

Esperando el instante en que el tiempo se detiene y es posible capturar su imagen, por demás nítida, casi irreconocible. No conocemos el tiempo como unidad de cambio de situaciones estáticas. Pero es una sucesión de momentos. El momento es imagen, y por tanto el tiempo vuelve a ser una cadena de imágenes, acopladas a lo largo de la vida.

Una mirada a la ventana. La lluvia sigue cayendo persistentemente aunque de manera suave, casi dando una caricia al suelo que absorbe las pocas gotas que recibe. Mientras las luces comienzan a encenderse, conteniendo el avance de las sombras que caen junto con la noche. No hay luna. Casi todo el cielo son nubes y ninguna de ellas tiene forma ahora, son sólo un manto que trasluce muy ligeramente la luz de la luna llena, que permanece oculta.

Pasividad también en la calle y, salvo las notas de Broken Glass, silencio.

La vida es fugaz

Cuando se está en medio de la nada, o en medio de la naturaleza, que lo es todo y cuya inmensidad nos provoca vértigo, uno se siente solo. Caminamos desconociendo el rumbo, tratando de que nuestras pisadas dirijan el eco y que por sí solas encuentren el camino que no hayamos con la vista.

Allá en la esquina, al parecer la última antes de la elevación abrupta del terreno, el viejo responde que estoy aún lejos del camino, que el “llano de tigre” es el lugar que debería buscar y a partir de allí comenzar la ascensión al cerro.

El llano de tigre, contradiciendo su nombre, no muestra ni siquiera perros en las calles, tampoco algún otro animal salvaje. Tan sólo unos hombres se muestran por las calles y las mujeres que dicen “adiós” a alguien extraño como si fuera una costumbre que yo desconocía de ese pueblo. Yo no digo adiós ni cuando me duele la partida. Pero fuera de que la gente me veía raro, como yo veía rara la gente también, parecía que todo era ordinario. Los caminos, las casas, el lenguaje, el cerro era común para mí. Todo parecía igual de tranquilo e impasible que cuando se le ve desde abajo, desde el valle.

Siempre camino, estoy en casi todo momento pensando en lo que encontraré al llegar al teórico lugar de mi destino y lo que me deparará el trayecto hacia él y de cómo desconozco las calles y el temblor de mis piernas y el acaloramiento de mi cabeza y el ardor de mis brazos. Camino teniendo algo simple en mente, que encontraré algo nuevo al llegar allí, o que todo estará como antes lo había pensado. Confirmación o descubrimiento, siempre una de las dos.

Regreso, con el plan trazado para subir a él. No representa una hazaña sobrehumana, es una caminata de un par de horas. Basta para ponerse en contacto con uno mismo, en plática con la soledad. Basta para entonar una y otra vez esas canciones que uno escucha cuando las canta ella. Y recordar que no debemos llevar el peso del mundo sobre nuestros hombros, tan sólo olvidar por un momento nuestra conexión con el ajetreo diario.

Ficciones (Jorge Luis Borges)

El solo pronunciamiento de esta palabra evoca la irrealidad del mundo. ¿Acaso no es la vida un sueño, el mundo un anhelo tangible y el ser la máscara de la inexistencia? Borges se recrea en la invención de mundos fantásticos, inmersos en los espejos que revelan la infinidad de sus imágenes. Cada imagen es un ser, en un tiempo, en un espacio y, a la vez, la negación del mismo.

En Thlön, Uqbar, Orbis Tertius, cada palabra es una evocación de la esperanza de conocer el reverso de nuestros seres. Thlön no es más que el deseo fecundo de una nueva sociedad, sin más necesidades que el pensamiento. En las abstracciones reside oculta, camuflada, la verdad. La existencia. No es el vano nihilismo que al negar todo reducto de realidad se niega a sí mismo y, paradójicamente, materializa el pensamiento.

En cada movimiento retórico, la batuta del escritor se dirige a exacerbar los ánimos de libertad, proponiendo, en ciertos momentos de éxtasis literario, el viaje astral como la llave de la existencia plena, en un quimérico planeta. Pero este jardín de emociones, el jardín de los senderos bifurcados, plantea la irreducible dualidad del ser humano. Por una parte apuesta por la liberación de las cadenas de la materia y, a la vez, comprende la indestructible vinculación con ella, producto de cuya relación los pensamientos toman forma (o más bien, crean las formas que el mundo toma). Es así como Yun Tzu busca la manera de comunicarse con su comandante de una manera más sutil, imperceptible para el resto del mundo, unívoca al objeto de su pensamiento. No encuentra otra, mas que la muerte de una imagen facsímil de la ciudad de la que tiene que dar cuentas. Hronir inevitablemente. Él no busca ese nivel de comunicación, se le concede y le es imposible rechazarlo. El Hronir es eso, la imperativa manera como el mundo – sea real o utópico – nos entrega las cosas que buscamos.

Ur requiere la colaboración estrecha del ser humano. Él crea el Ur, producto de la sugestión. Una idea se implanta como real en nuestra mente, entonces es real. Basta que un libro sea posible para que exista. Todo está escrito. Todo lo contiene la biblioteca. Es babel, pues los libros están nebulosamente reposando en sus estantes, confundiendo a menudo, creando el pánico anhelo de comprender el mundo. Puede estar escrito en numerosas lenguas, puede ser pretérito o futuro, el humano está hecho de palabras, la biblioteca es de condición humana, es el universo. El ser humano crea el universo, y lo crea mediante sueños. A condición de un gran riesgo: que él mismo sea un sueño y que el despertar de su creador esté próximo. Pero todo es un juego de azar, la conciencia o el sueño, son la recompensa o castigo por la audacia de desafiar al desorden total del universo que, al repetirse periódicamente da a luz al maravilloso caos ordenado que subsidia la existencia. Cada uno sueña lo que quiere ser, se esculpe en insondables noches de sueño hasta que, terminada la obra, la da a luz, llega a ser padre de sí mismo.

Borges no es el primero que cavila en estos temas. La elevación mística es el trémulo paso de los entes religiosos aún bebés. La mala fortuna que nos depara el azar en la lotería es el ostracismo que tortura continuamente a los que son diferentes – ¿y quién no los es? – y representan una amenaza contra lo establecido. El hombre quiere soñar, pero quiere imponer a otros los desvaríos de ese sueño. And if he left off dreaming…

Un sinnúmero de personas han tratado de explicar la existencia del círculo como figura preponderante en la conformación del universo

Un sinnúmero de personas han tratado de explicar la existencia del círculo como figura preponderante en la conformación del universo. Algunos lo relacionan con el ciclo inacabable del nacimiento y transformación de los objetos. Otros, con el karma al que según ellos estamos ligados. El interminable círculo de nacimiento y muertes al que inevitablemente estamos sujetos emula el movimiento traslatorio de la Tierra y los otros planetas alrededor del sol, nuestra fuente de luz y energía cálida. Es por tanto, el heliocentrismo una imagen palpable, o más bien cognoscible del hare-krishna, la Suprema Realidad de Dios a la cual estamos unidos mediante la fuerza centrípeta que representa nuestra parte espiritual, es la fuerza que nos mantiene en un contacto permanente con el krishna al cual no podemos evadir.

La circunferencia que posee un centro hueco es asimismo, un reflejo de nuestra libertad condicionada a los limitantes de nuestra propia existencia humana. No podemos prescindir del todo de nuestra fuente de vida. Sin importar cuánto creamos habernos liberado del karma por nuestro empeño en conocer la realidad absoluta, siempre nos mantenemos limitados por esa misma fuerza a la que pretendemos unirnos. Y es aquí precisamente donde entra una palabra clave en la circularidad del ser humano: el toroide.

El toroide no es más que un anillo. Nos encontramos en ese anillo, pero no en el centro. Somos parte de ese anillo. Si cortamos transversalmente el toroide obtendremos un infinito número de círculos. En el centro de cada uno de esos círculos radica una unidad de sustancia, sea material o ideal. Nosotros somos un centro, cada uno es un centro, y cada cosa lo es también. De modo que algo nos une a la materia y también a la idea.

El toroide infinitesimal es una constante en términos materiales y puramente espirituales. Todo el ser humano, su parte racional e instintiva se concentra en un punto del cual parte un radio – su capacidad de comunicarse – hacia el borde que representan sus virtudes y defectos que lo separan de las criaturas espirituales y, en especial, de Dios.

Sin fecha.
C. 2000

Bullicio

El bullicio se nota en todas partes. Continuamente se detonan las conflagraciones verbales en las que ya nadie se agrupa para lidiar. Cada vez son más grandes las ansias por ganar tales batallas, pero la técnica y el razonamiento social se han ido desterrando de este antiguo arte guerrero de la palabra.

Nadie comprende al otro. Es tanto una lucha contra el semejante, como con el ser más interno y más difícil: nuestro ser primitivo. En este ser en cuya génesis rítmica reside el anhelo de liberarse del entorno que lo cerca y someter al semejante está la respuesta a esa avalancha de cuestionamientos que tantos sociólogos se hacen: ¿por qué el hombre se agrupa en sociedades para procurar el bien común? ¿Por qué el zoon politikon hace de la vida tribal una realidad imperceptible desde dentro? ¿Por qué lucha para ganar, no otra cosa, sino la vergüenza de los otros?

Sencillamente el hombre se conecta consigo mismo. Está en el grupo no porque guste de la vida familiar, sino porque el mismo anhelo egoísta y la ingénita fuerza interna lo mueven a utilizar a su congénere para lograr sus fines – End justifies the means. Mas por encima del deseo avaricioso de lograr despojar a los demás, está nuestra honda raíz instintiva, sin descartar la constitución material y las leyes básicas – de estas, la más aplicable es la entropía – que regulan nuestra existencia.

El desorden, el caos, el bullicio se hace presente ahora más fuerte que antes. Siempre ha existido como toda ley que se precie de serlo, pero ahora se ha exacerbado por razones conceptuales. Puede que resulte raro decir que una ley física se vea afectada por hechos intangibles, pero como es sabido, la materia y la energía son dos manifestaciones de un mismo fenómeno indómito e inefable, y que todo se aleja del silencio. De modo que estos entes puramente ideales que generan el bullicio tienen la facultad de modelas su entorno físico en una especie de sublimación poética; pasando directamente de un estado mental al material sin tener que pasar por el velo del lenguaje.

Sin fecha.
C. 2003

¿Cómo abordar un estudio sobre fractales?

¿Cómo abordar un estudio sobre fractales?

¿Comenzamos con el código, la infinita serie de sentencias en un lenguaje incomprensible para los papás de la gente común, esa maraña de símbolos que sólo en las pesadillas se les alcanza a asignar un significado? ¿O imaginamos que somos detectives tratando de anticiparnos al siguiente crimen de un asesino en serie?

Hay quienes simplemente se sientan durante horas frente a una imagen fractal y la observan con la vista en realidad dirigida al infinito, como si acaso pudiesen verse los detalles de lo infinito tal como lo hacemos con las cosas que tenemos al alcance directo de nuestras manos.

No son raras también las historias – de esas que pasan de boca en boca, a veces mediante besos, como una forma de resonancia fractal que al llegar a su destino final se decodifica nuevamente en palabras – acerca de gente que se queda parada en los pasillos del metro de la Ciudad de México atendiendo con la vista las exposiciones de imágenes fractales. Algunos que parecen engañosamente obras de la naturaleza pero que han sido producto de retorcidas técnicas artificiales y otros más que parecen haber sido confeccionados a mano o maquilados en serie por alguna corporación que crea miles de productos exactamente iguales y que simplemente se apilan y se convierten en muros mimetizándose con las paredes de las bodegas que los albergan.
Estas personas, mimetizada su mente también con la extraña autosimilaridad y repetición de las imágenes que observan, se quedan detenidas en el tiempo y espacio, convertidas en verdaderos postes a los que algunos distraídos llegan a azotarse por no fijarse adecuadamente mientras corren con prisa hacia los andenes.

Como si fuera un juego de la naturaleza, la exposición de fractales está contigua al planetario que se encuentra suspendido al techo de uno de los pasillos atestados de gente. A manera de un complot, uno comienza a perder la noción del tiempo y de la razón hasta que se termina irremediablemente absorbido por la inmensidad del universo – que en realidad abarca unos cuantos metros cuadrados para los observadores casuales y viajeros que parecen flotar mientras se desplazan en tumulto.

Inalterable. Impasible. Ese es el aspecto de algunos individuos cuya mente ha sido trastocada por los ciclos de un fractal. Sea porque invirtieron más horas de las que tiene el día programando ese fractal, o bien, porque es tan hermoso que no puede dejar de contemplársele. Ellos, si acaso están viendo la imagen en la computadora, tan solo ejecutan el movimiento necesario para refrescar la pantalla para que la computadora no hiberne por inactividad. Algunos se han olvidado de hacerlo y sólo salen del trance una vez quemada la pantalla.

Los más mesurados encuentran en los fractales una forma de recreación – igual que los millonarios que dan un vistazo de vez en cuando al Rembrandt que tienen en el pasillo hacia su recámara pero que, a diferencia de los fractales, vale millones.

Abuela

Hoy fui a sepultarte.

No sabes cómo me dolió saber que observaba tu rostro por última vez.

Era el último segundo antes de que cerrara la ventana que te mostraba al mundo, para siempre.

Y entonces vi al cielo, y lloré. Sigo haciéndolo, porque te llevaste un pedazo enorme de mi alma.

Te lo agradezco, porque así estaré a la vez contigo. Tal y como yo te tengo aquí, conmigo. Pues tengo tu cariño impregnado en mi alma.

¿Cómo es que volví a escucharte?

¿Cómo es que volví a escucharte?

Eras ya silencio para mí.

Sin embargo, nuevamente oí tu voz. Muy lejana. Casi tan apagada como la ausencia de amor en la vida.

Contigo es difícil reconocer la verdad. Eso me inquieta.

Quisiera tener toda la información del mundo. Quisiera saber cuándo mientes y cuándo hablas con la verdad. Quisiera tener la verdad de tus labios en mi mente.

Me había despedido de ti, para siempre. Lo dije en mi último mensaje. Y si en un principio me parecía sumamente difícil de cumplir, ahora mismo lo siento como una liberación, como la inercia que me lleva a olvidar tu ausencia, que me hace indiferente a tu vida.

No espero más llamadas tuyas, igual que no esperaba esa última.

No quiero tratar más contigo. Prefiero el olvido a la crueldad.

Esta charla fuera de tiempo debiera omitirse. Yo no llamaré. Y tampoco espero lo hagas tú nuevamente.

Nuestro tiempo se fue. El tiempo es así, inalcanzable o irreversible.

Nuestro tiempo se ha ido.

De repente pienso en ti

De repente pienso en ti.

Pienso en los viajes y te veo en mi mente. No siempre.

En ocasiones tan solo te escucho, a lo lejos, cada vez un poco más retirada, inaudible. O te veo muy difusamente, como atrapada por el atardecer o consumida por la noche. Te siento otras veces, muy levemente, apenas rozando mi piel y provocando aún que mis vellos se crispen con tu calor. O tan solo tu presencia, ya casi una ausencia en verdad, que me involucra el alma y la mente con mis deseos más enérgicos y también los más adversos. Algunos de ellos peligrosamente ligados a la pérdida de mi alma.

No sé si te extraño o la extraño. Si eres tú a quien mi vida necesita o es ella quien aún influye delicadamente en mí.

En verdad no quiero pensar en ello. Pensar implica recuerdo y eso conlleva nostalgia. No quiero.

Quiero pensar libremente en ti, sin que me supongas una pérdida. Todo es ganancia excepto la muerte. Y aún de ella debemos aprender.

Quiero recordarte siempre como lo hago con la necesidad de escribir. No necesito un papel para
saciar una sed inagotable. El escribir se vuelve tan solo “el pensar” en lo que, si tuviera los medios en ese momento, escribiría. Escribir es describir en palabras lo que es tu vida en ese momento, no garabatear sobre el papel signos innombrables que se descomponen con el tiempo.

Pienso en ti y luego recuerdo mi contexto, mis antecedentes y mis objetivos primarios – o simples deseos si se prefiere. Veo el aire y veo el cabello y la piel y las manos. La veo toda, aunque no la escuche.

Deseo lo mejor para ti y deseo lo mejor para mí. Lo mejor para mí está allá donde muy cerca antes estuvimos. Demasiado cerca uno o dos instantes.

¿En ese lugar donde nos despedimos, inconscientemente fue mi cuerpo a decir adiós ante la consagración de mis anhelos? ¿O fue acaso tan solo la crueldad del destino?